
Por AJ
Tú y yo ya nos habíamos encontrado una vez, ¿recuerdas? Nos reunieron el azar, la desesperación, y todas esas circunstancias que ahuyentan a la buena fortuna. Qué simpáticas aventuras corrimos en ese entonces. Como versiones inofensivas de Thelma y Louise. Siempre me pareció muy romántico andar de carretera en carretera con una amiga que fuera cómplice y comprensiva. Esa vez, fuiste tú.
El intento pasado fue breve y fallido, pero duró lo bastante como para que intercambiásemos números de teléfono. Ha pasado poco más de una década desde entonces. Te olvidé, te dejé arrumbada. No sé cómo diste tú conmigo. Sé que cuando me llamaste, acudí. Heme aquí, parada entre el lujo de tu sala de estar, dudando de que tu emergencia sea tal, contemplando tus muebles caros y tu tapiz costoso y tu alfombra persa, y los vidrios rotos sobre ella; la copa de frío vino aguardándote y tú acostada en el diván, con tu pose de enferma. Te quejas de tu asma, me cuentas de tus hijos, de tu marido. No puedo relacionar esa vida despreciable y monótona de tus relatos con las fotos de la pared, pero eres mi amiga… Apenas te reconozco y ya estoy contándote mis penas yo también… al calor del vino, claro. Yo no tengo hijos. Estoy satisfecha por eso, así la única que sufre soy yo. Vivo en un sótano estrecho y a la sombra de una relación muerta hace varios años. Y yo me moría de tedio hasta que llamaste tú.
El primer atisbo de ti surge cuando te enderezas en el sillón y te recoges el flequillo. Sonríes traviesamente mientras me invitas más vino, y hablas de los últimos años. Te casaste por un error, hiciste el esfuerzo de sentirte enamorada y al principio funcionó. Cuando eras joven y había mucho por lo que luchar. No te importó mudarte de un departamento incómodo a otro, no te importaron las carencias: existía la promesa de que en algún momento, en un futuro no demasiado lejano, tu esposo ascendería y entonces podrías dormir tranquila. Los ascensos soñados llegaron, entonces decidiste tener otro bebé. Pero conforme aumentaba el dinero, disminuía la calma en casa. Ahora los niños han crecido, salen todo el día y tú debes inventarte alguna ocupación que no moleste a nadie. No recuerdas la última vez que tuviste una conversación con él que no fuera de dinero. Las noches son un infierno de cocción lenta: el Valium sólo funciona con uno de los ocupantes de tu cama.
No puedes quedarte así. Siempre fuiste una mujer que solucionaba las cosas, y si no podías solucionar algo te frustrabas. Ahora no hay solución, sólo escapes. Dices que al principio sólo te salías de la cama, bajabas a tomar agua y te acurrucabas en el sillón, precisamente ése donde estás ahora, silenciosa en medio de la penumbra, escuchando a tu corazón, sintiéndolo como un tren a punto de descarrilarse, dolorosamente consciente de ser tú. El agua o el vino bastaban las primeras noches. Luego tu cuerpo pidió más, y fue cuando empezaron las salidas nocturnas. No buscas a nadie, simplemente sales, a veces en pijama, conduces hasta los barrios más jodidos y te detienes junto a lotes baldíos, junto a fábricas abandonadas. Sueñas despierta, para ti no es problema mantenerte así. Tu insomnio y tú ya son fieles compañeros desde hace tiempo. Y no piensan separarse. Has visto peleas callejeras, parejas tirando, parejas peleando, grupos de parranderos moviéndose de un antro a otro. ¿Qué es lo que quieres? ¿Extrañas una vida emocionante?
¿Yo? Mi vida cabe en tres líneas, no necesitas más. Tengo un trabajo que siempre promete ser mejor, pero la realidad pocas veces hace justicia a las promesas. Llego agotada a mi casa, siempre por la madrugada. Duermo hasta el mediodía, me como unas galletas y al trabajo otra vez. Pilas y pilas de documentos por corregir. Podría hacer menos, supongo. ¿Para qué? No tengo vida personal, desde que terminé con P. soy adicta al trabajo. El trabajo me hace bien, me desconecta, me distrae. Lloro los domingos, cuando no hay nada que hacer. Lloro bajo la ducha, sintiéndome pequeña. Así que, puede que gane bastante dinero como para vivir bien. Pero no tengo forma de disfrutarlo.
¿Una margarita? ¿Cosmopolitan? Qué rico, hace tanto que no saboreaba un buen trago “de chicas”. Se respira complicidad, saben a salidas de mujeres, esas en las que van todas en grupo a divertirse por ahí, animarse y decirse: no necesitas un tipo en tu vida, al diablo, juega con todos y con todo. Sí, sí quiero uno.
¿Qué dices? Te fuiste a la cocina y no escuché nada. Ah, sí… deberíamos irnos de vacaciones alguna vez. Un crucero no estaría mal. Podríamos conocer gente nueva. Pero detesto el calor, los climas cálidos me dan alergia. Bien, ahora crees que a tu marido no le importará. Ni cuenta se va a dar. Y, ¿segura que no le importa que saques la mitad del dinero de su cuenta de banco? No lo sé… Por una parte tienes razón. Si vamos a hacer algo, hagámoslo con huevos. Desaparezcamos por ahí, cierto. Me gustaría la India. No, muy trillado. ¿Israel? ¿No te daría miedo? ¿Y si morimos en un fuego cruzado? ¿En un autobús con un terrorista suicida? No puedo creerlo, ahora yo soy la miedosa. Simplemente tomemos una mochila con un montón de ropa hecha bolas, nuestras carteras y el carro y vayámonos por ahí. Ahora mismo. ¿Ahora mismo? ¡Sí! ¡La gente normal hace cosas ahora mismo todo el tiempo!Oh, no. No pienses ahora. Que él se quiebre la cabeza con los niños. Tú desentiéndete. No volverás. No volveremos. ¿Tu inhalador de asma? Oh, rayos. Yo no he pagado mis impuestos, y si nos vamos ahora…
Alicia Aigres:
ResponderEliminarNo comprendo bien el orígen del título. Me hubiese gustado más algo en español.
Me agrada mucho la idea de manejar la libertad como fin de la huída.
Creo que el texto alcanza a acercarse a uno en ciertos puntos. Tal vez no hemos pasado por todo lo que han pasado los personajes, pero funciona bastante bien si lo vemos a escala.
Noté algunos errores... meras generalidades... repetición de conceptos, el lenguaje de repente sale de contexto con algunas palabras que utilizas y le quita un poquito de la formalidad con la que comenzaste. Pero son errores que puedes corregir fácilmente leyendo el texto bien al finalizarlo.
Le faltó algo de “punch” al final...
Pero sí, creo que cumplió la misión. Es un cuento fresco, no es nada tedioso leerlo. Me imagino que se escucharía bastante bien de tu voz. Vale la pena que lo guardes, con las correcciones que creas convenientes, para que lo leas en alguna ocasión con nosotros.
-Cristina
a mi se me hizo retechido igual siento que aveces escribes cosas como el titulo que nada mas tu entiendes igual y los demas si captaron jaja pero pues a mi me gustaria un titulo mas facilito para todos
ResponderEliminarMe agrada la historia. Creo que tenemos un problemilla en común, necesitamos darle apellido a nuestros hijos (cuento, relato etc.)
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