6 jul 2010

Con luto en la mirada.

Por Cedillo

-Las campanas doblan a muerto.

-…

-¿Y si doña Eloísa...? Pobre, sus pulmones tan débiles y el sereno de anoche tan brutal...

-Créeme, a doña Eloísa le espera un final más grato que al muerto de hoy.

Amelia descuelga los ojos de la ventana y los posa en el cuerpo de su esposo. El comentario malicioso de Antonio le resulta disonante en contraste con la tranquilidad con la que éste saborea cada bocado.

-¿Quién es el muerto?

-¿De verdad no te enteras?

En la cabeza de Amelia aletean algunos nombres que, ya por un proceso deductivo o simple presentimiento, terminan por alzar el vuelo y dejar su mente en blanco. Un gesto indefinido, semejante a una sonrisa desganada, nace en el rostro del hombre.

-El señor cura, Amelia.

El esqueleto que es Antonio sigue rumiando su desayuno. Quien hubiera visto a Amelia en aquel momento abría afirmado que el asombro de sus ojos franquearía los lindes de lo sonoro.

-¿Pero él?, ¡no tenía ni dos meses!

-Eso mismo: no tenía ni dos meses y se ganó la muerte. Porque mira, una cosa es llegar al pueblo e intentar enmendar las vidas de los que visitamos las cantinas. O de los que frecuentan el juego; total, para esos son los curas. Pero hay cosas que si uno no mastica, mejor no maldecir de su sabor.

-No entiendo.

-El señor cura habló mal de las Urquidi.

Incrédula, Amelia abandona la ventana y se sienta a la mesa. Ya no son necesarias las palabras: toda ella es un signo de interrogación, tembloroso y ávido.

-Sí, anteayer, en el sermón. En casa de tú madre ni cómo te enteraras. La misa iba bien, a qué negarlo; como cualquier domingo. Hasta que el padre anunció que dejaba el pueblo. Me aventuro, tal vez, pero creo que si se hubiera guardado los motivos, el señor cura estaría instalándose ahora en la iglesia de alguno de los pueblos aledaños. ¡Qué locura la del viejo!

"Dedicó el sermón completo a prevenir -según sus palabras- a la gente. Es posible que al ver que nosotros cruzábamos miradas creyese que fuera por perplejidad o confusión. Qué iba a saber que ya entonces nos lamentábamos de él. Que la brujería esto, que los practicantes lo otro, dijo. Un manojo de estupidez, Amelia, te lo juro. Y lo mejor hubiese sido que la cosa terminara ahí: se atrevió a contar que la semana pasada, cuando regresaba a la sacristía de visitar a no sé qué enfermo en la ranchería que está tras la noria, justo en la entrada al pueblo, le impidieron el paso. Tres aves enormes, dijo el tonto, como guajolotes. Y que aún para el tipo de ave le parecieron enormes. Sonó el claxon, gritó, intentó espantarles amenazando con pasarles encima.

-No se movieron.

-Y no sólo no se movieron. Justo cuando el padre se apeó del auto para espantarlos, los guajolotes no estaban ya, y en su lugar se topó con las Urquidi; de pie, frente al auto, todas de negro, como siempre.

-¡Madre mía!

-Tú y yo sabemos que no es el primero –ni el último será-: a los que le antecedieron se les advirtió también. Por que es sólo eso, Amelia, una advertencia. Pero éste tenía la rebeldía muy aguda en la cabeza. Las Urquidi pidieron lo de siempre: espacio. Cada cual a lo suyo, padre, le dijeron. El señor cura no lo soportó. Según él aquella era la tercera advertencia y él no había doblegado su brazo. Y así, presentó su renuncia al día siguiente y partió.

-¡Dios!, no quiero imaginar lo que le hicieron.

Nuevamente aquella sonrisa desganada se apodera de Antonio.

-Lo encontró Arnulfo, ayer, ya entrada la noche. Según él, escuchó mucho ajetreo. Temeroso de que fuera alguno de sus caballos salió con azadón en mano. Reconoció el automóvil de inmediato. Las luces encendidas, las cuatro puertas abiertas de par en par, y prendas de todo tipo regadas hasta a cinco metros de distancia. Al padre lo encontró recargado en un árbol al lado del camino, quieto, con los ojos sangrantes. Dice Arnulfo que la sangre se secaba, pero que no era necesario acercarse mucho para adivinar que le habían dejado las cuencas vacías. Arnulfo regresaba a casa para avisar a la Presidencia, pero de reojo creyó ver algo dentro del carro, manchas que no definió bien. Eran plumas, según Arnulfo. Plumas negras.

2 comentarios:

  1. .."momento Habría afirmado que".. por ahi se escapo una h.. :P

    "Dedicó el sermón completo a prevenir -según sus palabras- a la gente... Que el párrafo comienze con comillas me confundio.. pense que comenzaria una especie de monologo del cura...

    Muy buena historia, nada predecible y entretenida...
    Bueno!

    Azul

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  2. jajaja
    genial
    hoy no lo te pongo pero en nada
    divertida
    me gusta mucho tu estilo latino
    bien bien bien (Y)

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